La película que nunca termina: Conflicto Israel-Palestina.

La historia del drama en Medio Oriente no es nada menos parecido a una película de lo que cualquier peligroso y divertido romance se le puede aparentar, y mientras las cosas se vuelven a calentar en la zona, vivimos otro capítulo más de lo que rogaríamos sólo fuese la ficción de una mala y predecible película.

Como en cada ocasión en que las bombas caen de ambos lados de la frontera, el mundo se pregunta una vez más ¿Cómo lograr la paz en la zona?, una pregunta que pareciera ser el hilo conductor del enredado guión. Sin embargo la mayoría de quienes comienzan a ver la película la tachan de predecible pues todo mundo sabe en que va a terminar, es decir la respuesta a la pregunta conductora ya está dada. Casi todos aceptan que terminará por haber dos estados para dos pueblos, pero entonces ¿Por qué seguimos viviendo capítulos y capítulos interminables de guerras? ¿Por qué no adelantamos un final que ya todos prevén?

La respuesta corta y concisa es que a ninguno de los personajes les gusta como termina la historia, pero no debemos olvidar que ésta no es una comedia cualquiera, ni una chick flick o una de acción. Se trata de una película única en su tipo, una película de nunca acabar. La característica de esta película es que a pesar de ser tan predecible, los personajes niegan su rol pues no les conviene el previsto final, y aunque saben que en algún momento tendrán que aceptarlo, se mantienen en el "por ahora no", declaran no estar listos para aceptarlo, y la película toma un tono muy existencialista pues los personajes no aceptar su ser en la misma.

Poco se puede culpar a las partes de no aceptar su rol, pues este tipo de películas no tiene un final feliz. La separación y la solución a la pregunta guía causará sin duda alguna dolor a ambas partes, no existe una solución sin dolor y por lo mismo los personajes se alejan del dolor sin saber que se están causando un dolor quizás menor pero muy prolongado, que sin embargo tendrá momentos críticos. Será, retomando la idea de Amos Oz, como un doloroso divorcio ¿Quién se queda con la custodia de los hijos? ¿Quién se queda con el perro, la tele, la vajilla, la lavadora, el refrigerador, etc.? son preguntas que nadie quiere contestar, pero que son necesarias de discutir. Y en esta película ya han tenido estas discusiones en algunos momentos, pero un mal comentario, una mirada de recelo y muchas tonterías más ocasionaron una pelea que llevó no terminar la conversación y volver, una vez más, a rechazar el rol de su papel en la historia.

La longevidad de la interminable película ha llevado al conflicto de una plataforma territorial a una religiosa. El problema ya no es la tierra en la que se habita, sino el que habita la tierra que, amenazado por esta visión del enemigo, se ve forzado a tomar una similar postura, a seguirle en el juego que a ninguno de los dos papeles corresponde y lleva a que el guión se interprete por una cínica película muda. La negociaciones se congelan, los protagonistas quedan atrapados en un carácter ciego y sordo, mas no mudo. El tiempo se detiene ante la incertidumbre tenue y gris, pues se trata de una película con final reconocido, del porvenir y ante la mirada, sólo de reojo, de un pasado que visto con el rabillo del extremismo, ha forjado una identidad que impulsa a los personajes a no reconocerse en su propia historia.

Los ciudadanos ya han revisado el guión y se conforman con lo que les toca, el anhelo de paz es ya superior al de la tierra. Pero las cabezas monologan. Una historia de dos personajes que cuentan dos historias, una aburrida película que se traba después de ocurrida la catarsis, una solución que no encuentra catalizador y un conflicto congelado en el tiempo con dos largas flechas que apuntan al pasado tormentoso y al futuro predecible mientras los implicados caminan de lado, como cangrejos, viendo apenas siquiera la procedencia y el destino a los que indican las flechas. Ermitaños, solitarios y lentos, de caparazón fuerte y blandura interior, los cangrejos caminan de espaldas hacia el otro, de manera que en su panorama el segundo cangrejo no figure, avanzando con muchos pasos cortos y algunos largos hacia atrás, sabiendo que el algún día llegarán pero esperando que ese día no llegue.  

¿Hasta cuándo las cabezas decidirán lo que su cuerpo les pide? ¿Cuándo se dignaran los cangrejos siquiera a caminar viendo a su similar? ¿Cuándo traerán los papeles de divorcio? ¿Cuándo volverá a ser importante la tierra que se pisa y no quien la pisa? ¿Cuándo derretirán los cristales de hielo que traban las manecillas?

El día en que los personajes asuman su rol en la película, el día en que la paz deje de ser esclava de extremismos, ese día, por fin, se apagará el proyector.

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