#Sismo: cuando la ayuda también tiene vicios

Sismo CDMX

Son pocos los días que nos separan del 19 de septiembre, esa fecha tatuada (y ahora retocada) en el imaginario colectivo de los mexicanos, en especial de los capitalinos. Son menos las horas que se han podido destinar a la reflexión ya que, afortunadamente, nos hemos dedicado a la acción. Una vez más una ciudadanía organizada tomó los sitios de desastre, ahora sí (y hay que decirlo) con la colaboración y respuesta de las instancias gubernamentales. Una ciudadanía capitalina que aparece por generación espontánea del polvo y los restos de edificios caídos. Una solidaridad que se hace sentir con las palas, picos y víveres de primera necesidad que abundan de sobremanera todas las zonas cero. Nada ha faltado, las manos han estado ahí, las herramientas llegan en cuanto se solicitan y los medicamentos por igual. Con músculos agotados, llagas en las manos, ampollas en los pies y gargantas polvorientas, la ciudadanía ha vuelto a tomar la ciudad. Ha demostrado que está y estará, al menos cuando se le solicite, presente ante cualquier desastre que acongoje a su ciudad.

Nada tiene de despreciable el actuar de los capitalinos, el resto de los mexicanos e incluso la respuesta internacional frente a esta catástrofe. Lo que a continuación escribo tiene por base tan solo la percepción personal de los acontecimientos recientes y el nivel de respuesta ciudadana. No he considerado ninguna cifra, ninguna declaración de estado de emergencia, ningún pesaje de toneladas de ayuda a damnificados... nada. Por ello, me veo obligado a escribir y enfatizar que esta opinión tiene como base tan solo mi sentir al caminar las calles de esta ciudad y al ver la cobertura de medios de comunicación, así como de redes sociales.

La admirable respuesta de los ciudadanos de Ciudad de México parece estar viciada por un factor: el social. Es decir, que mientras más alejado de una clase social privilegiada o acomodada, menor es la respuesta. Este fenómeno con efecto inverso a la respuesta de los capitalinos se pudo observar en el actuar frente a el sismo de 8.2 grados richter ocurrido el 7 de septiembre que afectó en gran medida a localidades pobres del sur del país, en específico a Chiapas y Oaxaca, en donde se encuentra Juchitán, el pueblo más afectado de todos. Diversas campañas en redes sociales y medios anunciaron sobre la localización de centros de acopio para damnificados y cuentas bancarias para apoyo financiero, pero la difusión no llegó ni a los talones de la que acabamos de vivir el 19 de septiembre y la recaudación por igual. En el ITAM, por ejemplo, se instaló un centro de acopio que, por más válido que fuera su esfuerzo, no recaudó ni una décima parte de lo que se recolectó (y se sigue recibiendo) para los damnificados de CDMX.

Juchitán, Oaxaca.

Existen muchos otros factores que hicieron de la respuesta humanitaria en la capital del país un proyecto social de mayores medidas que aquel de Oaxaca o Chiapas. Por ejemplo que la conglomeración de personas en CDMX en mucho mayor y por ello la respuesta es mayor, que es la capital del país y por ello recibe más atención, que las redes de telecomunicaciones, internet, entre otras son mucho más avanzadas y por eso la ayuda fue más efectiva, y así podría seguirme, pero me parece innegable que el factor social jugó su rol. Para ello me remito al sismo del 19 de septiembre, en el cual la primer respuesta en todos los sitios afectados provino de los vecinos y la gente que estaba cercana a la zona, posteriormente se alzaron centros de acopio en todas partes, parques, camellones, escuelas, universidades... La ayuda no paraba de llegar (y sigue sin hacerlo). El miércoles 20 de septiembre la zona del Hipódromo Condesa y La Roma (que no hace falta decir es una zona de clase social acomodada) se atiborró de gente y víveres en tal grado que la ayuda ofrecida incluso fue rechazada (pues más ayuda el que no estorba) y para las 11 de la mañana ya salían camiones y brigadas a otras zonas afectadas, principalmente Xochimilco que estuvo por un breve momento falto de apoyo.

No es extraño que Condesa se haya visto rebasado por la ayuda ¿quién de nosotros (nuestra clase social acomodada) no tiene un amigo o un familiar viviendo en la zona? Por supuesto que saldríamos al rescate de nuestros seres queridos. Claro que ayudaremos como se pueda (donaciones, víveres, manos) a aquellos a los que podemos otorgarles una cara, un rostro, pues así sabemos que estamos ayudando a un ser humano. Nada tiene de extraño que destinemos nuestros primeros esfuerzos a nuestros conocidos y después veamos cómo podemos ayudar a los otros, esos otros de quienes no reconocemos rostro alguno, ese otro que sabemos está en desgracia pero no nos afecta tanto porque no podemos imaginárnoslo llorando, sufriendo, pidiendo auxilio. Ese otro invisible, que si es que figura, lo hará siempre después de nosotros, los que nos reconocemos.

Este texto no intenta criticar ni reclamar en absoluto la respuesta de ciudadanía ni de autoridades frente a ninguno de los dos sismos que azotaron nuestro país este mes de septiembre, por el contrario creo que se demostró la valentía y la fraternidad que nos une en momentos críticos. Simplemente ofrezco estas palabras para reflexionar sobre la intensidad e intencionalidad de nuestro apoyo humanitario en un contexto en el que la mera casualidad nos permite comparar dos eventos similares ocurridos con pocas semanas de diferencia. Es un ejercicio imposible tratar de otorgarle un rostro, una humanidad, a quien no conocemos, pero es posible hablar de lo invisible que ese otro se ha vuelto, no solamente en desastres naturales, también en la vida cotidiana. Quizás esta sea una oportunidad para reconocer nuestra ceguera selectiva.

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